Espacio Catódico

lunes, marzo 19, 2007

Migas de chicle

Las temporadas de CSI Miami y CSI:NY se emiten en telecinco con varios meses de adelanto respecto a la correspondiente de CSI, y yo solía verlas (y digo solía porque hacia el final dejé de verlas) con cierta dosis de preocupación y llenándome la cabeza de dudas. Se me ocurría que quizá esa diferencia de calidad que yo percibía entre el grupo de Grissom y el resto quizá estaba solo en mi cabeza. Tras ver en DVD algunos de los episodios antiguos me tranquilizaba: Veía a Catherine haciendo diagramas de salpicaduras y a Horatio pegando tiros, a Nick llorando frente a una pistola y a Delko en persecuciones a toda velocidad. Y me decía: “No, no es cosa mía”.
Pero luego me daba por pensar (si es que a quién se le ocurre) y se me ocurría que quizá la diferencia estaba en que Miami llegaba antes, y que los cambios respondían a un “nuevo enfoque” que afectaría también a la serie original. Cuando llegaba veía con alivio que seguía siendo la misma serie, y al terminar la temporada, tras un par de episodios de Horatio, vuelta a empezar.

Y es que habrá quien prefiera los tiroteos y persecuciones de Miami (que lo entiendo, a mi una buena ensalada de tiros de vez en cuando me gusta tanto como a cualquiera), pero al final esta no es una serie sobre policías, sino sobre los científicos que trabajan para la policía, y lo que quiero ver son tramas que carguen las tintas en los procedimientos de recogida de pruebas, la cadena de custodia, las diferencias entre el trabajo de laboratorio y el de campo. Y sobre todo los rasgos individuales (y frikadas ocasilonales) de los personajes.
Y luego están los episodios especiales.

De vez en cuando, guionistas y directores parecen decirse “somos una serie establecida, con público asegurado. Aprovechemos para intentar algo diferente.” Y el del lunes fue uno de esos episodios.
Un único caso, en realidad bastante simple y que con otro tratamiento podría haber durado diez minutos junto a uno o dos más en el episodio “medio” de la serie, pero dedicándole su tiempo a cada paso del proceso. Añadiendo detalles aquí y allá, inconexos pero muy reales (la mujer del sheriff haciendo magdalenas, chistes a la hora de la comida, una invitación a café, un hippie que pasa por ahí y se pone a mirarte los chakras,...)
Y, sobre todo, la voz de la niña guiándonos paso a paso a través de los hechos del caso como las migas de chicle guian a los investigadores hasta los cuerpos. Una voz cuyo tono susurrante hace que te suba un hormigueo por la columan cada vez que la oyes, y que hasta el final no sabemos (y ni siquiera entonces podemos estar completamente seguros) si solo la oimos nosotros o es Nick quien la oye en su cabeza.
Porque él fue el auténtico protagonista del episodio (y por eso le corresponde decir la frase lapidaria reservada normalmente a Grissom o, en ocasioens, a Catherine), en el que vimosun poco más de las inevitables secuelas que le dejó el suplicio ideado por Tarantino.
Como guinda a la anormalidad del episodio está el hecho de que William Petersen no apareciera. ¿Prefacio de los episodios de la séptima con Liev Schreiber?